jueves, enero 18, 2007

Que sea lejos

Tres lenguas merecen narrar este viaje: la del escritor americano (Eduardo Wilde, por ejemplo, que nació en Tupiza cuando América era toda una, y los próceres y escritores eran intercambiables), la del siglo de oro español, y la de quien se sienta en Uyuni, Bolivia, al mediodía, a escribir.
Humahuaca, primer punto del viaje, me recibió de manera inmejorable: Dani. Dani es un muchacho platense con el que dimos vueltas en Barcelona, en agosto de 2001. Hacía más de cinco años que no lo veía. Entré a una pensión y nos miramos. Yo me sentí cómodo, pero el que me reconoció fue él. Entonces supe que este iba a ser un buen viaje. La confirmación vino en los tres días que estuve en Humahuaca: calles preciosas, rica comida, guitarras como loco, amigos, mujeres, cervezas. Todo se fue hilando solo y al día siguiente de llegar ya Humahuaca era un laberinto con el que salía a caminar, a encontrar gente y a divertirme. En el camping y en la plaza de Humahuaca hubo guitarreadas memorables. Las infinitas charlas también me trajeron dos definiciones muy interesantes: "Pity Álvarez es un Luca" y "Caniggia fue el nexo entre Maradona y el resto de los jugadores". También rescaté en mi cuaderno, más adelante, sentencias made in Acassuso del tipo "El tema de los bolivianos es rarísimo". Pero me estoy adelantando.
Después de un par de días, y esperando a Yaiza y Esther, me tomé un micro a Uquía. Debo decir aquí que el influjo del Facundo es total. Me emociona una plaza (o no) de acuerdo a cómo dé el sol en una placa de bronce que dice, por ejemplo, "Plaza Coronel Juan Cáceres (1799-1856)". Caminando por ahí fue también que tuve mi primer acercamiento a Pasto y a «Bien».
Cuando ya llevaba tres días en Humahuaca aparecieron Yaiza y Esther. Nos vinimos a Bolivia. Y así como entre Burruchaga y Zidane no hubo goles de jugada en las finales de los mundiales, yo no conocía un país nuevo desde Laos, hace más de cinco años. Apenas cruzamos la frontera (en realidad La Quiaca fue un paso intermedio) el color cambió. Nos tomamos un micro y llegamos a Tupiza, que en vez de calles tenía ríos. Me deprimí mucho y rogué volver pronto a mi patria. Mentira. Pero me metí en la cama a asumir mi nueva condición: empapado y en Bolivia, en una triste habitación de hostel que rápidamente dejamos. En Tupiza comí pollo a la broasted (un glorioso recuerdo de Kentucky Fried Chicken), vi libros increíbles en museos que abrieron especialmente para nosotros y caminé por los "suburbios". También fuimos a Fiesta de Reyes, donde había carreras de caballos y moneditas de chocolate. La gastronomía boliviana es simplemente inagotable.
Ir de Tupiza hasta Uyuni, que creo que son trescientos kilómetros, iba a tardar siete horas. Nos tomó dos días. Al llegar a Atocha, un punto intermedio, el conductor del jeep nos dijo que los caminos estaban muy malos y no iba a seguir (yo había estado disfrutando el paisaje, tratando exitosamente de no vomitar y planeando ir a trabajar a Londres en un futuro mediato). A la preocupación le siguió la alegría, porque Atocha era un pueblo colgado de la montaña, una gama cuadriculada de marrones. Dormimos ahí y al día siguiente seguimos viaje en un colectivo llamado "Bronco". Hoy, a varios días de esa travesía, sigo creyendo que "Bronco" era un ser. O mejor: no puedo creer que "Bronco" no tuviese vida. Es que con "Bronco" lo vivimos todo. Nos subimos y estaba lleno de minas, idiotas de Flores y caretas agradables de Acassuso. Ese viaje, que serían doscientos kilómetros, tardó más de once horas. Tuvimos que bajar varias veces a empujar, a cruzar ríos, y puedo decir que fue un éxtasis continuo. Paisajes lunáticos (desiertos con río) y paisajes bolivianos (montañas) que, sazonados con una charla que aún continúa (una psicóloga cordobesa), fueron de una plenitud mágica. También hubo camionetas atrapadas en ríos y mucha gente gritando y tirando de la soga salvadora. Yo de hecho no quería venir a Uyuni, al salar (los precios en dólares me tenían podrido), pero, como Itaca, el trayecto saldó las deudas. Lo más lindo de ese viaje fue que la altitud parece teñirlo todo: el aire, la llanura, las montañas, todo se ve diferente con el filtro de oxígeno reducido.
Uyuni, contra lo que todos pensábamos, es más que una excusa para el salar. Es un lugar muy agradable. Y el salar estuvo bueno porque en un momento nos quedamos nosotros tres y dos chicas de Barracas y vimos el atardecer... Ese momento justificó el habernos quedado a dormir ahí (había tours por el día).
Como en Laos, los traslados en Bolivia no son densos sino que son el paseo mismo, el tour mismo.
Y ahora (esto es lo que en linguística se llama la coda: el momento en el que la narración se conecta con el presente) estoy en Uyuni, rumbo, esta noche, a Potosí. El viaje va para adelante. Lo más lindo es cómo el tiempo pasa y todo va cambiando. Llegué solo, conocí gente, llegaron Yaiza y Esther, seguí solo, conocí a otra gente, llegaron Y&E, y así, todo se va hilando, engarzando, como en un juego de trapecios. Ya llegan algunos pensamientos sobre Buenos Aires pero ni loco como para volver, sino en la alucinación de las amistades, los barrios y el centro. Sólo van para atras algunos leves pero crecientes movimientos estomacales y el ojo derecho, que anda medio groggy.
Mañana será Potosí y luego quién sabe.
Muchos besos y abrazos a todos los amigos.

sábado, enero 06, 2007

Después de hacer la mochila

Parece que es así, nomás. Parece que los viajes empiezan el día anterior a la partida, andando en bicicleta por Buenos Aires. Porque dentro de horitas nomás (estoy muy cansado) parto hacia Humahuaca, provincia de Jujuy, y luego Bolivia. Y hoy anduve en bicicleta: fui a Paternal, fui a Once. Aprendí cosas muy importantes. Por ejemplo: si uno agarra Malabia, después de Warnes aparece Honorio Pueyrredón, y después San Martín. Inédito. O sea que Honorio y San Martín serían paralelas a Corrientes, un poco más allá, cuando Canning ya se deshizo en Warnes (Trosman: Warnes y Canning, Warning) y aparece la misteriosa plaza de la calle Olaya...
Me voy Bolivia. Todo el mundo la pasó bien en Bolivia. Yo no entiendo muy bien con qué me voy a encontrar. La llaman "El Tibet de América". Es la tierra de Evo y Petrobrás. Me encantaría ir a una de esas plantas de Petrobrás. También a Potosí, pero a Potosí voy a ir seguro. De las plantas bolivianas de Petrobrás que veo en el diario me encanta la llama eterna, la llama que quema los gases inutilizables, la llama que extirpa el espíritu milenario de Bolivia, oculto bajo la tierra que pisamos y sostenido por el magma boliviano, el magma más activo del mundo.
Me voy con Yaiza y Esther. Yaiza, amiga de Madrid, más precisamente de La Deheza de la Villa. Un hermoso nombre para un lindo barrio. Línea naranja, estación Valdezarza. Vamos a parar en pensiones, que es lo que se estila en Bolivia, y no en cámpings. Me llevo el Quijote, la segunda parte, y nada más. Me llevo mi flamante reproductor de mp3. Eso fui a hacer hoy a Paternal. Me grabé/copié buenos discos: Anatomía, 30 minutos de vida, Buena suerte, el Dark side, y varios más. Me copié varios temas de Miguel Abuelo: «Buen día, día» y «Vasos y besos».
Después fui a Once. Mi abuela tuvo un problema de salud así que la tarde se licuó. A casa, a una clínica, a otra clínica...
Mañana estaré en la ruta. La empresa de micros más cara para el lugar que más me gustó en el viaje de hace tres veranos. Caminar por las montañas, conocer gente, leer... y mucha, mucha pensión. El masterplan, sin embargo, duda de su estribillo rector, el de «Vasos y besos»: ¿es "Más loco que mañana y menos loco que ayer" o "Menos loco que mañana pero más loco que ayer"?
Tupiza, Potosí, La Paz: ya sabré cantarlas.