martes, marzo 20, 2007

Diciembre esquizo

El otro día me dormí escuchando a Los Fabulosos Cadillacs. El hecho es significativo porque no suelo escucharlos, porque mi equipo no suele recibir ciertos discos copiados (por ejemplo, La marcha del golazo solitario) y porque hasta hace un tiempo no podía simplemente quedarme dormido: dos lentes de contacto me lo impedían. De algún modo, y en sentido doble, cumplí un sueño. Quedarme dormido era, hace unos meses, una utopía. Antes de quedarme dormido, o sea, cuando decidía que iba a dormir, o sea a no quedarme dormido, tenía que levantarme, ir a sacarme los lentes, ponerlos en su estuche, y, de paso, siempre, lavarme los dientes. Pero el otro día me quedé dormido, muy de a poco, en las contradicciones de la voluntad, y sonaba El golazo. Y me gusta que haya sido justo con LFC que me quedé dormido. Trataré de desarrollar esto.
Las deudas con Los Fabulosos son inmensas. Ellos nos han regalado el plano del verano. A su música le pertenece la imagen de una Buenos Aires nocturna en la que corre una brisa, en la que se ven dos o tres manzanas y se intuyen los árboles agitados de todas las demás, las casas de todas las demás, los pibes en todas las demás, que, como nuestros amigos, que están a centímetros de nuestro cuerpo, chupan y fuman. Ahí, en hits como «Siguiendo la luna» y «Demasiada presión», están las zapatillas de lona sin medias, las historias de amor y de sexo, los Lados B de las amistades, las distancias en colectivo o en bicicleta, el deporte ocasional, la caída en la soledad, la angustia, las caminatas inmensas y el impulso tantas veces no saciado de caminar...
Me parece que con LFC pasa algo similar a lo que pasa con Calamaro (“¿Javier o Andrés?”). Son tan normales, que al final son increíbles. Lo que dicen Los Fabulosos es tan común, tan reconocible, que al final, como se lee en «El arte como artificio» (V. Sklovski), “la piedra vuelve a ser piedra”. El arte hace que la piedra sea piedra otra vez. Las canciones de Los Cadillacs nos muestran lo-que-nos-pasa todo-el-tiempo pero con una intensidad (¿o es sólo insistencia radial? Podría ser...) renovadora. De hecho, “tomaste el vaso aquel / aquel que no debés tomar / saliste a caminar / y decidiste irla a buscar” está tan cerca del suelo que sólo puedo pensar en dos cosas: en un amigo que no sale a caminar porque ya sabe en dónde (en la casa de qué chica) va a terminar haciendo guardia, y en “vamos a fumar un porro ahí”, otra gran frase metida en una canción gracias a la propulsión a chorro de la falta de fronteras de la estética.
Pero hay algo que me parece aún más importante dentro de la Poética Cadillac. Más importante para mí, ahora. Me refiero a ellos como hombres. Me refiero al hombre de “saliste a caminar / y decidiste irla a buscar”, al de “vamos mi cariño que todo está bien / esta noche cambiaré / te juro que cambiaré”, al de “no me importa poner las letras / sólo me importa mi mujer”. Esas son letras que podría cantar uno de los personajes de Mientras tanto, la última película de Diego Lerman. El personaje que se baja del auto y le rompe el vidrio al del otro auto, con su hijita y su ex esposa mirando todo. Ese personaje...
Fui a ver Mientras tanto en condiciones ideales: solo, levemente loco, un jueves a la noche y en el Tita. Y ese personaje, ese personaje que nunca iría al cine solo, ni al Tita, ni nada, me llamó mucho la atención, y a mis pares (hermano, hermanastro) también. Ese personaje soporizado guarda algún secreto. El sopor, el sopor en la vida, guarda algún secreto, pero ¿cuál es el secreto del sopor?
Yo quisiera ser un hombre soporizado. Tener una ex a la que anhelo, una hijita que me teme... ¡Ja! ¡Qué raro! Suena tan mal, y sin embargo...
¿En el sopor no hay culpa, o el sopor es el antídoto para la culpa? Suena más razonable la segunda, y sin embargo yo creo en la primera. En esa forma tan errónea del existir, la que sostiene ese personaje barbudo y musculoso y de remera blanca, la que sostienen Los Cadillacs como hombres-problema, hay algo bueno. No sé lo que es. Supongo que la fuerza de ser un perro. Vicentico era bastante un perro. Llamo “perro” al ser en el que el instinto prima. Llamo “perro” al ser que no se ve desde afuera. Mauro, hace dos años, en un baño en el que todos tomaban cocaína menos nosotros, que estábamos ahí para ver el espectáculo increíble, citaba a Vargas Llosa: “los narradores tienen que estar todo el tiempo en una posición doble. Por un lado, están en las situaciones, pero por otro tienen que ponerse por afuera para ver cómo las contarían”. Llamo “perro” a todo aquel que no es un narrador. Otro amigo perro e inteligente me decía, en otra situación, que era normal para él quedarse dormido con las galletitas de chocolate chorréandole de la boca (sic). Yo, aún con lentes de contacto, trataba de entender. ¿Y el liquidito? ¿Y el estuche? ¿Y cepillarse los dientes? Pero no: él era un perro, y no sabía de moral en los momentos anteriores a dormirse. Por eso me gustó, el otro día, quedarme dormido con LFC. Me desperté con todo prendido, sabiendo que el disco nocturno había sido especial, pero no sabía cuál era...
Tercer texto consecutivo enfáticamente autorreferencial, casi a la forma de diario.
Dos cosas: parece que me voy a Bolivia. Postearé de ser posible. Y “sic” en latín quiere decir “así”.
Así.


Es evidente que me quedo en casa escuchando el Hola y el Chau, sin salir a la calle: ni ojotas, ni estrellas, ni amigos. Política de “Noche Cero”, con algunos altibajos.


¿Tenés fuego?
No, a mí me sacaron... Y lo peor es que me habían pegado, ¿entendés? Yo estaba ahí re piola y me pegaron, de atrás. A mí no me gusta pegar pero si hay que pegar pego. Y le iba a poner una mano grossa al que me había pegado y ya estaba así listo y vienen los patovas y me agarran y me sacan. Estaba así, ¿entendés? Y me agarraron y me sacaron, a mí, loco, que no había hecho nada. A los chabones los dejaron adentro. Pero, te juro, estaba así, lo iba a poner contra la pared, y lo que me da bronca es no haber podido completar. Eso es lo peor que le puede pasar a uno en la vida. Porque si vos hiciste algo y lo completaste, bueno, lo completaste, pero si te queda incompleto, loco...

[Nicaragua y Scalabrini Ortiz, lunes 25 de diciembre, seis de la mañana]


A las seis y media nos bajamos de un 160 en Medrano y Córdoba. El colectivo referido nos había levantado minutos antes en Paraguay y Scalabrini Ortiz y nos había recibido con la radio en Calamaro, en «Corazón en venta», en la frase “Feliz Navidad Sangrienta”. Nos bajamos y cuatro minas se agarraron a trompadas. “Puta”, “¿De qué barrio sos, puta?” y “Tocá de acá, tocá de acá puta” eran los grandes sintagmas presentes. Casi puede decirse que agotaron la materia verbal del encuentro. La materia física era mucho más variada: trompadas, agarradas, patadas, tackles, tiradas de pelo, lamidos de senos, empujones, etcétera. Mi primo noruego, uno de ellos en realidad, Martín, quería separar y lo rescaté precavida y anticipadamente. Todo terminó y llegamos a Córdoba. El McDonald´s estaba cerrado. Pasan dos de las chicas violentas y rompen una botella a metros nuestro. Por la horizontal cordobesa se ve venir un auto con gente afuera, colgando de las ventanillas con propulsores en las axilas. Son varios autos, y entran en el estacionamiento del McDonald´s cerrado. Rave. Punchi punchi punchi. Las dos chicas violentas se cruzan con las otras dos chicas violentas. Se ve venir el encuentro, en perspectiva. “Puta”, “¿De qué barrio sos, puta?”, “Tocá de acá, tocá de acá puta”. Vienen dos policías. Pasan dos lesbianas. Pasan dos tipos y uno le está diciendo a otro: “Encima, estaba muy buena la mina...”. No hay nada como la narración social. Se termina la rave. Otras chicas se meten en otros autos por las ventanillas, mirando hacia la escisión bíblica (y no por el nombre de la avenida a la izquierda).


«Miami», gran momento de El palacio de las flores. Descubro la frase “Qué difícil es / atrapar la voz de un recuerdo / pero hay veces que ahí está / como si fuera el día”.


Ahora que estoy escuchando El palacio de las flores y me está gustando más, ahora que arranqué con La velocidad de las cosas, el segundo libro de Fresán que leo y que me parece magistral y maravilloso y estimulante (Fresán es un genio, quisiera expresar la felicidad de descubrir un libro que me lleva para adelante), ahora que vengo escribiendo textos muy autoreferenciales y del tipo “blog / diario íntimo” sin culpa, puedo pensar en las vidas. El palacio de las flores habla de vidas, de otras vidas pasadas y una vida presente y feliz. La velocidad de las cosas habla de muertes y vidas. Y las vidas, ahora que las fechas se fijan menos que antes (ya sé la razón por la que antes las fechas se me fijaban mucho: pasaban pocas cosas corporales) pero todavía hay lugar para la imagen perfectamente empalmada con la agenda, son, una vez más, el objeto (...).


A propósito de los últimos posteos: una vez Tamara me dijo que no sé qué escritor israelí decía que la gente lee novelas porque cuando se cruza con otra persona en la calle y le pregunta qué tal el otro casi siempre responde banalidades, cuestiones de la superficie, y no óleos subjetivos mirando las nubes, y la necesidad de leer literatura es entonces la necesidad de conocer a alguien o por lo menos de recordar que todo el mundo vive y casi nunca cuenta lo que vive. Por eso, lectores con los que me cruzo poco, si mañana nos vemos en la calle, ustedes ya sabrán todo de mí (bueno...) y sabrán ver más allá de mi respuesta de ocasión.


Era una de estas tantas mañanas soleadas en distinguido barrio X de mi ciudad . Yo caminaba rumbo a la famosa librería X´´. Las copas arboladas se agitaban brevemente sobre la velocidad de los autos último modelo. Jóvenes estilizados esperaban el colectivo X´´´. Me subí a ese mismo colectivo y me bajé en la esquina de X´´´´ e Y, justo frente a la plaza. Retrocedí una cuadra (expresión de cuando mi ciudad era una inmensa y única caballeriza) y entré.
Sólo he de comprar libros que pueda, quiera y deba subrayar. Libros de teoría, de filosofía, de ensayo, de crítica, de Liniers. ¿Bataille?
Pero, ¿Se Puede Leer Como Un Enfermo?


Recuerdo barthesiano: el miedo y la escritura no coexisten, no pueden coexistir.

Diciembre 2006