martes, febrero 20, 2007

La cautiva

La historia varía, las referencias cambian y los dilemas (¡uf, Borges!) se repiten. Cuentan, más en San Telmo y Palermo que en Junín y Tapalqué, que una chica o varias habían aceptado la invitación a cenar. El ofrecimiento era simple, doméstico, con promesa de comida casera, y con la forma de un iceberg. El ofertante y la ofertante se habían conocido en algún pasillo de alguna institución que al fin y al cabo dependía del Estado, y hubiesen contribuido a la continuidad (o la implosión, no se sabe) de las instituciones de no mediar entre ellos las condiciones profilácticas de la época. Se habían conocido y hablado de manera siempre breve pero con persistencia, día tras día y semana tras semana, como sosteniendo un pacto de acercamiento del que la invitación fue el corolario y natural conclusión. Ella aceptó, entonces, y apenas abrir la puerta los cuerpos chocaron. Como perros, como humanos, como hojas, y recién después comieron. No se sabe si él cocinó. Volvieron a chocar y a dormitar. Y cuando todo parecía perdido él abrió un ojo y luego otro y en vez de cerrarlos la agarró a ella y la poseyó. Yo quisiera saber si ella, que dormía, hubiese en algún caso dicho que no, y si llegó a reconocer las opciones y el concepto de sentido.