lunes, abril 16, 2007

Babasónicos en Harrod´s

El micrófono. Si el hecho estético es esa inminencia de algo que no se produce, a Borges se le escapó, en la brillante enumeración final del brillante «La muralla y los libros» (que incluye la música, los estados de felicidad, la mitología), el micrófono. El impacto del micrófono no pasa por su utilidad (amplificar una voz) sino por la tensión que encarna. El show, de tres temas de largo, iba a empezar a las diez, y empezó a las doce. Durante todo ese tiempo, en el escenario, que estaba ahí nomás, se enfrentaba, enarbolado ante la multitud, el micrófono. Y lo que yo pienso es que el micrófono ahí, solito, glamoroso, japonés, frío, espacioso, es el anticipo perfecto del arte, encarnado en el ídolo que no sale, que está en los camarines, riendo y haciéndonos esperar.

La analogía. Es conocida mi pasión por las analogías y las comparaciones. Y la situación de ir a Harrod´s al mediodía a buscar la entrada (una por persona) y después pedirle favores a los transeúntes hasta reunir ocho, y de estar ahí a las nueve y media, y que no salgan hasta las doce en punto, y que toquen tres temas y doce y diez haya terminado todo, es un poco curiosa. Digamos: tanto por tan poco. Por eso, a la salida, Eugenia (confirmado: las pelirrojas son más inteligentes que el promedio) decía que eran unos garcas, ortivas, que tenían que tocar más. Yo ya sabía que iban a tocar tres temas, y que esos tres temas eran de la banda de sonido de Las mantenidas sin sueños, y que de ninguna manera iban a tocar nada de su repertorio habitual. Y, sabiendo eso, me pareció bien que cumplieran su palabra. Pero a Eugenia no. Entonces le tiré la analogía: “esto es como cuando va una chica a tu casa diciéndote que no va a pasar nada, y después, cuando no pasa nada, te enojás”. Y ella complicaba el asunto. Y yo le decía “no. Vos sabías lo que era, así que cuando te dan lo que te dijeron, no te podés quejar”. Y Eugenia iba: “pero estás acá, con todo el público que te sigue, ¿qué te cuesta?”. Y entonces Eugenia tuvo que escuchar que justamente ahí es cuando la analogía se ponía más compacta: “pero si está todo bien, somos jóvenes, nos llevamos bien…”

La máquina del tiempo. El público de Harrod´s era el público que iba a ver a Babasónicos en el 2000. No había pendejada; sólo chicas hermosas, chicos hermosos, peinados, vestidos, insinuaciones, restos de drogas, sofisticación. Y estuvo bueno, muy bueno, como siempre que el tiempo se manda un truquito.

La imagen. Adrián salió, hermoso. A ¿cinco? metros, los Babasónicos en pleno. Mariano con una guitarra de fogón, el tarado del tecladista, el Panza, el hermano con el pelo muy corto, la cara de Carca… En puntitas de pie (y soy alto) se podía tener una imagen panorámica, total, abarcativa, y soñar que ese, ese concierto tranquilo con luces violetas, era el unplugged de Babasónicos. Esa imagen, junto con el tercer tema (muy infantil, muy lindo), valió “la pena”. En realidad fue una noche hermosa, que empezó con mi casa hecha una pecera de vapor y té y terminó ejerciendo la amistad en un banco de la calle Tres Sargentos.

México. El modus operandi para conseguir entradas era pedirle a la gente que caminaba por Florida que entrasen a pedir una entrada y me la diesen. Más allá de la claridad de los garcas y los copados, en un momento se me acerca un pibe y me dice “Aquí van a tocar los Babasónicos, ¿no?”. Y el pibe era mexicano. Oh sí. Horas después Adrián salió, hermoso, se puso la sonrisa, agarró el micrófono, y de movida entonó: “¿Qué me pasa? ¿Qué me está pasando? Aunque me sobren motivos, no me estoy quejando”.