martes, septiembre 12, 2006

Estéticas orientalistas ¿desubicadas?

Hay una conferencia muy famosa, titulada «El escritor argentino y la tradición», en la que Borges refiere la tesis de un sociólogo norteamericano según la cual la preeminencia de los judíos en la cultura occidental está motivada en una cierta distancia que los judíos tienen, justamente, con la cultura occidental. Esta posición privilegiada no tiene entonces que ver con ninguna superioridad genética o innata sino por el contrario con una causa sociológica, con el hecho de no sentirnos particularmente atados a esta cultura. En definitiva, lo que esta afirmación termina señalando es que los judíos vivimos entre dos culturas, entre dos tiempos y entre dos espacios. Un tiempo propio, “judío”, y un tiempo de llegada, que es el de occidente.
Ahora bien, ese tiempo doble o esa dimensión doble puede parecer sólo una idea, algo abstracto, teórico. Sin embargo, hace años, yo estaba caminando por este barrio, el Once, y tuve una repentina certeza. Lo que sentí en ese entonces era que las calles y la atmósfera que me rodeaba no pertenecían a Buenos Aires, o no pertenecían sólo a Buenos Aires, sino que, además, estaban participando, en ese momento, de otra realidad. Esa otra realidad, más intuida que vivenciada, tenía que ver con Israel y con lo oriental (cuando digo “oriental” por favor no piensen en Japón sino en un turbante o en un talit, o sea, en el cercano oriente, en lo oriental como semita).
Y esa caminata, junto con esa sensación, fue el comienzo de mi judaísmo, del judaísmo que yo mismo me construí. Fue, digamos, el momento en el que me empezó a interesar la fantasía de ser judío.
Lo que verdaderamente me sorprendió, una vez pasada esta sensación, fue darme cuenta de que quizás no era (la sensación) tan particular, y empezar a encontrar, en diversos momentos de la cultura argentina, formas artísticas y expresivas que, de distintas maneras, sostenían y compartían este imaginario en el que “la realidad” de Buenos Aires (o la Argentina) se ve filtrada por ópticas exóticas. De estas ópticas exóticas vamos a hablar hoy. Lo que yo preparé es un recorrido por distintas imágenes en las que esa tensión, esa dimensión doble, está trabajada. Tensión entre lo argentino, lo cotidiano, y lo oriental, lo fantasioso, lo lejano. Una especie de prolongado y heterogéneo proyecto orientalista argentino que tiene la forma de nuestro judaísmo. Digo esto porque un judaísmo secular y joven y cosmopolita puede tener esta forma: la forma de una imagen que se desarrolla en dos mundos simultáneos.
El corpus que pensé incluye a Sarmiento, Borges, Fito Páez y Babasónicos. Como verán, no son artistas especialmente ligados a la cultura judeoargentina. Esto no es casual. No me interesaba plantearme imágenes de películas de Burman o de libros de Birmajer o Gerchunoff, porque esas obras están ya producidas y pensadas dentro del judaísmo. Quiero, en cambio, pensar otra tradición argentina para el judaísmo. Lo que interesa es sacar de contexto algunas imágenes para pensar nuestro judaísmo como un estimulante “fuera de contexto”.
Por último, quería señalar que las imágenes que me interesa compartir con ustedes no tratan directamente de Israel pero sí de la condición de lo judío, ya que trabajan lo argentino con una marca de extrañeza, que es para mí el comienzo de ese tiempo doble y simultáneo que nos define como judíos en Argentina.

Vamos a empezar leyendo uno de los primeros libros argentinos, y quizás el comienzo mismo de la literatura argentina propiamente dicha. Me refiero al Facundo, de Sarmiento, escrito en 1845.
Cito: “En efecto, hay algo en las soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas; alguna analogía encuentra el espíritu entre la pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Éufrates; algún parentesco en la tropa de carretas solitaria, que cruza nuestras soledades para llegar al fin de una marcha de meses a Buenos Aires, y la caravana de camellos que se dirige hacia Bagdad o Esmirna. (44,45, I)” (fin de la cita).
En este caso, el del Facundo, lo que encontramos es una relación de analogía muy sugerente entre Asia y Argentina. Lo asiático aparece como término de una metáfora. No hay una mezcla, aún... Pero podemos ver lo argentino leído en términos de lo oriental, interferido por lo oriental.
Cito: “Ya la vida pastoril nos vuelve impensadamente a traer a la imaginación el recuerdo del Asia, cuyas llanuras nos imaginamos siempre cubiertas aquí y allá de las tiendas del calmuco, del cosaco o del árabe. La vida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, la vida de Abraham, asoma en los campos argentinos (50, I)” (fin de la cita).

Cien años después, Borges escribió un cuento, incluido en El aleph, que se titula «El hombre en el umbral». El argumento, muy simplificado, es éste: un juez desaparece y el narrador lo busca; lo interesante es el escenario en el que se desarrollan los hechos: es una ciudad musulmana del Indostán. Sin embargo, a pesar de esa cosa inimaginable que puede ser una ciudad musulmana en la India, en el texto encontramos varias pistas que nos hacen pensar en que ese lugar no es tan irreconocible:
La primera frase es: “La exacta geografía de los hechos que voy a referir importa muy poco. Además, ¿qué precisión guardan en Buenos Aires los nombres de Amritsar o de Udh?”.
“El sol había declinado cuando llegué. El barrio era popular y humilde; la casa era muy baja; desde la acera entreví una sucesión de patios de tierra y hacia el fondo una claridad” (suena al primer Borges).
“En el último patio (!) se celebraba no sé qué fiesta musulmana.”
“patios tan angostos, que eran poco más que largos zaguanes.”
“Secuestraron al juez y le dieron por cárcel una alquería en un apartado arrabal.”
En el «Epílogo» del libro, Borges nos cuenta: “La momentánea y repetida visión de un hondo conventillo que hay a la vuelta de la calle Paraná, en Buenos Aires, me deparó la historia que se titula «El hombre en el umbral»; la situé en la India para que su inverosimilitud fuera tolerable”. ¡Borges imagina en Buenos Aires una historia que transcurre en Buenos Aires pero la ambienta en un lugar remoto porque Buenos Aires no toleraría el argumento que sí pudo inspirar!

Fito Páez:
Hoy me voy referir únicamente a «Sasha, Sissí y el círculo de baba», del disco El amor después del amor, porque me parece que plasma de una manera significativa, para nuestro recorrido, una realidad ambivalente.
La canción narra un amor y las muertes de los amantes. La narración es marcadamente exótica y vaga, pero en un momento esa extrañeza cae. Pero cae no por comparación (Sarmiento) ni por un paratexto (Borges) ni por transplante violento (como veremos con Babasónicos) sino por un par de marcas lexicales, de vocabulario, de palabras que tienen un fuerte carácter local y que nos devuelven a un entorno reconocible.
«Sasha, Sissí y el círculo de baba»: “Pensar que no dijo nada / la mañana que lo vi / pensar que él amaba tanto / a su divina Sissí / bajé el callejón con calma / mas no pude resistir / entonces recé por Sasha / por su amada y por mí / reptar, reptar / en horas de la siesta / cambiar, cambiar / las leyes del amar / Sissí lo volvió loco en una fiesta / y no volvió a tocarlo nunca más / entonces pensó en un arma / en matarla y en huir / lloró y escribió su réquiem / para Sasha y Sissí / no hizo más que esperarla / la besó y durmió al llegar / y trazó un círculo de baba / con un medical style / y no dejó que nunca más sufriera / Sissí murió de hambre y vanidad / amar, amar y tuvo muerte lenta / así el meó tres veces mis zapatos / y llegó hasta el bar... / simplemente fue lo que pasó / bajo esta luz / Sasha prendió un faso y se sentó / pitó ese cigarrillo hasta explotar.”
“Sissí murió de hambre y vanidad”: imagen típica de oriente: fuerzas mágicas, como la vanidad, que intervienen en la vida. E inmediatamente después súbita ubicación lexical (“meó”, “faso”) y cultural (bar).
“Bajo esta luz”. ¿A qué se refiere con “ésta”? ¿Por qué trae el tema pero no lo define?
Exótico con interferencia argentina (interferencia lingüística).

El último texto al que quería referirme hoy es la canción «Once», de Babasónicos, del disco Infame. Es un relato alucinado que narra y describe la vida de un chico del Once.
«Once»: “Suele despertar desnudo / en una calle / y finge / naturalidad cuando la chica yaqui / encara hacia él / entran a un lugar / mersa medieval / oyen un suspiro / y pisan a un mendigo / y eso se transforma / en la manguera de un narguile / disimula el desconcierto / cuando sus padres lo encuentran / negociando kif por armas en Plaza Miserere / van a un funeral / por el chaparral / besan a la viuda / que se desfigura / y esa mueca se transforma / en su pariente / trae a casa mi rock'n'roll / una tribu de ortodoxos / del mesianismo / lo embosca / rumbo a la medina / en trance / van salmodiando su nombre / trae a casa mi rock'n'roll / trae a casa mi rock´n´roll.”
Plaza Miserere imposible, judaísmo como tribu alucinada, “medina” (ciudad árabe).
Argentino con interferencia exótica.

Los cuatro textos y autores que vimos nos permiten captar distintas formas en las que se expresa una identidad argentina interferida por lo exótico (Sarmiento y Babasónicos) o una identidad exótica interferida por lo argentino (Páez y Borges).
En Sarmiento vimos una comparación. En Borges, una historia pensada para Buenos Aires pero ambientada, por cuestiones de verosimilitud en la India. Buenos Aires puede inspirar ese argumento pero no puede tolerarlo. En Páez, todo es exótico, planteado en otra dimensión. La única moneda reconocible está en mínimas marcas léxicas, dialectales. Y en Babasónicos tenemos un implante, un Once metamorfoseado en el que se negocia kif por armas, o sea, una acción imposible. Vale la pena decir que Babasónicos hace lo opuesto a Borges: Borges se lleva el relato, Babasónicos lo trae.
No es mi intención concluir con una hipótesis o una aseveración concluyente, sino simplemente resaltando la posible existencia de un proyecto estético heterogéneo, dilatado y argentino que puede ser leído y reconocido, desde una óptica judía, como propio; una especie de tradición estética argentina para el judío argentino.
La canción de Babasónicos termina repitiendo “trae a casa mi rocanrol”. En una lectura posible para nosotros, ese “mi rocanrol” es el judaísmo, y todo lo que estuvimos viendo (el Abraham de Sarmiento, la exacta geografía de Borges, la luz de Páez y la Plaza Miserere de Babasónicos) puede ser visto como una variante de esa línea del «Hatikvah» que dice que la esperanza va a durar mientras nuestros ojos, vueltos hacia el oriente, atisben Sión. Muchas gracias.