viernes, julio 28, 2006

Los misterios de Buenos Aires

Parecía un cuento de Roberto Arlt. Una Buenos Aires inédita, lúcidamente desplegada y arrasada por la extrañeza, blanca, invadía el lugar de la ciudad conocida por todos. Todos son “a los que saludo definitiva y altisonantemente, a esta población porteña que día a día es más interesante y multiforme, más movediza y característica” (El Mundo, 15 de noviembre de 1929. En Aguafuertes porteñas: cultura y política. Buenos Aires: Losada, 1992).
En vez de una luna roja («La luna roja») lo que había cambiado el orden social era una Corrientes y Callao nunca vista. El ruido llegaba por momentos a su máximo imaginable, a causa de los motores de colectivo y los golpes en las chapas de los negocios. Los locos cruzaban las avenidas y al llegar se mojaban hasta los tobillos con el agua que en muy pocos minutos se había juntado en los cordones. Al pegar el saltito final, y llegar a donde estábamos los espectadores felices, un pibe, un tierno pibe de dieciocho años que repartía volantes pese a todo, extendía su mano. Y los recién llegados no lo agredían. Simplemente ponían cara de actores, de “esto no estaba en el libreto”, y yo le decía al pibe, con la mirada, “pibe, esto no estaba en el libreto”. Pero así es, el mundo se cae y los pibes muy pibes reparten sus volantes. El volanteo, se sabe, es autónomo respecto del mundo y no obedece ninguna de sus leyes.
Todo el mundo sonreía. El desorden astrológico atmosférico desordenaba los lazos sociales y éramos todos compañeros. Éramos todos estetas, viendo nuestra Buenos Aires como nunca, y quizás como nunca más, pseudo nevada. Éramos todos amigos de y en el asombro, algunos con sus cámaras digitales y otros que les decían “¿Tenés cámara? Después te voy a pedir una cosita”. Así es, señores: un meteoro se acerca a la tierra y el mendigo se acerca a la muchedumbre, y en la muchedumbre lo reciben las mujeres de clase media y le comentan los pronósticos. La Argentina es un viejo sueño de Roberto Arlt.
Adentro, en los bares, los ignotos ciudadanos más tontos preferían seguir sus charlas. Los televisores daban cuenta del momento único. Podía parecer, desde adentro, una lluvia más.
Después del final, a la altura de Talcahuano, un nene todavía jugaba con los pompones para armar iglúes. Las hermosas mujeres de los miércoles de Corrientes pasaban y decían “¿Dónde estabas? ¿Lo viste?”. Y uno seguía su marcha. Grande, Robertito. Feliz cumple, Gus.