«Roberto Arlt...» (Ricardo Piglia)
«Roberto Arlt, una crítica de la economía literaria»
Ricardo Piglia
En Ficciones argentinas: Antología de lecturas críticas, páginas 55 a 71.
Prólogo a Los lanzallamas: relación entre lujo y estilo; lo que cuesta tener una escritura. Para escribir bien hay que disponer de “ocio, rentas, vida holgada”.
“Gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”. Lo que sucede es que nadie paga por esa lectura.
Escribir bien es hacerse pagar.
Arlt invierte los valores de esa moral aristocrática que se niega a reconocer las determinaciones económicas que rigen toda lectura, los códigos de clase que deciden la circulación y la apropiación literarias.
De este modo, al nombrar lo que todos ocultan, desmiente las ilusiones de una ideología que enmascara y sublima en el mito de la riqueza espiritual la lógica implacable de la producción capitalista.
Para una economía literaria que hace del misterio de sus razones el fundamento de su poder simbólico, el reconocimiento explícito de los lazos materiales que la hacen posible se convierte en una transgresión a ese contrato social que obliga a acatar en silencio las imposiciones del sistema.
José Bianco escribe en 1961: “Le falta no sólo cultura, sino sentido poético, gusto literario”. Sentido poético, gusto literario: el discurso liberal sublima, espiritualizando. Habría una carencia “natural”, irremediable: una fatalidad. Arlt se encarga de recordar que esta carencia es económica, de clase.
¿Y si esto que sirve para desacreditarlo fuera justamente lo que él no quiso dejar de exhibir?
El juguete rabioso. “Me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca…”: primera frase de su primer libro. Arlt propone una teoría de la literatura donde un espacio de lectura y ciertas condiciones de producción son exhibidos.
Astier debe alquilar los libros para poder leer: la lectura nunca es gratuita.
No es casual que en la primera acción del “club de los caballeros de la medianoche” se roben libros. “Tratábamos nada menos que de despojar a la biblioteca de una escuela”.
“Sacando los volúmenes los hojeábamos, y Enrique que era algo sabedor de precios decía: ´No vale´ o ´Vale´”. Toda la escena funciona como una lectura económica de la literatura: es el precio el que decide el valor y esta inversión viene a afirmar que no hay un sistema de valor independiente del dinero.
Se roba nada menos que una biblioteca, ese lugar que parece estar afuera, más allá de la economía, en contra de las leyes de la apropiación capitalista. Parece un espacio abierto, pero está clausurado y hay que abrirlo cuidadosamente: la biblioteca no es el lugar pleno de la cultura sino de la carencia: “Lila para no gastar en libros tiene que ir todos los días a la biblioteca”. No hay lugar donde el dinero no llegue para criticar el valor en el precio. El mito liberal de la biblioteca pública intenta sublimar la violencia de esta apropiación. (Se borran, una vez más, las relaciones de producción y la lucha de clases para proponer una concurrencia libre e igualitaria).
“Mi madre me dijo ´Silvio es necesario que trabajes´. Yo que leía un libro….”. La lectura es el reverso de la producción.
Alquilar, robar, vender: nunca llega a ser propietario legítimo.
En el momento de delatar, Astier fija los ojos “en una biblioteca llena de libros”.
En el trayecto de Astier se narra las interferencias que se sufre, desde una determinada clase, para llegar a la escritura.
Toda lectura es una apropiación que se sostiene en ciertos códigos de clase. La literatura sólo existe como bien simbólico (aparte de económico) para quien posee los medios de apropiársela, de descifrarla. El “gusto literario” del que habla Bianco no es gratuito: se paga por él y el interés de la literatura es un interés de clase.
Cuando Arlt confiesa que escribe mal, lo que hace es decir que escribe desde donde leyó o, mejor, desde donde pudo leer.
Ricardo Piglia
En Ficciones argentinas: Antología de lecturas críticas, páginas 55 a 71.
Prólogo a Los lanzallamas: relación entre lujo y estilo; lo que cuesta tener una escritura. Para escribir bien hay que disponer de “ocio, rentas, vida holgada”.
“Gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”. Lo que sucede es que nadie paga por esa lectura.
Escribir bien es hacerse pagar.
Arlt invierte los valores de esa moral aristocrática que se niega a reconocer las determinaciones económicas que rigen toda lectura, los códigos de clase que deciden la circulación y la apropiación literarias.
De este modo, al nombrar lo que todos ocultan, desmiente las ilusiones de una ideología que enmascara y sublima en el mito de la riqueza espiritual la lógica implacable de la producción capitalista.
Para una economía literaria que hace del misterio de sus razones el fundamento de su poder simbólico, el reconocimiento explícito de los lazos materiales que la hacen posible se convierte en una transgresión a ese contrato social que obliga a acatar en silencio las imposiciones del sistema.
José Bianco escribe en 1961: “Le falta no sólo cultura, sino sentido poético, gusto literario”. Sentido poético, gusto literario: el discurso liberal sublima, espiritualizando. Habría una carencia “natural”, irremediable: una fatalidad. Arlt se encarga de recordar que esta carencia es económica, de clase.
¿Y si esto que sirve para desacreditarlo fuera justamente lo que él no quiso dejar de exhibir?
El juguete rabioso. “Me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca…”: primera frase de su primer libro. Arlt propone una teoría de la literatura donde un espacio de lectura y ciertas condiciones de producción son exhibidos.
Astier debe alquilar los libros para poder leer: la lectura nunca es gratuita.
No es casual que en la primera acción del “club de los caballeros de la medianoche” se roben libros. “Tratábamos nada menos que de despojar a la biblioteca de una escuela”.
“Sacando los volúmenes los hojeábamos, y Enrique que era algo sabedor de precios decía: ´No vale´ o ´Vale´”. Toda la escena funciona como una lectura económica de la literatura: es el precio el que decide el valor y esta inversión viene a afirmar que no hay un sistema de valor independiente del dinero.
Se roba nada menos que una biblioteca, ese lugar que parece estar afuera, más allá de la economía, en contra de las leyes de la apropiación capitalista. Parece un espacio abierto, pero está clausurado y hay que abrirlo cuidadosamente: la biblioteca no es el lugar pleno de la cultura sino de la carencia: “Lila para no gastar en libros tiene que ir todos los días a la biblioteca”. No hay lugar donde el dinero no llegue para criticar el valor en el precio. El mito liberal de la biblioteca pública intenta sublimar la violencia de esta apropiación. (Se borran, una vez más, las relaciones de producción y la lucha de clases para proponer una concurrencia libre e igualitaria).
“Mi madre me dijo ´Silvio es necesario que trabajes´. Yo que leía un libro….”. La lectura es el reverso de la producción.
Alquilar, robar, vender: nunca llega a ser propietario legítimo.
En el momento de delatar, Astier fija los ojos “en una biblioteca llena de libros”.
En el trayecto de Astier se narra las interferencias que se sufre, desde una determinada clase, para llegar a la escritura.
Toda lectura es una apropiación que se sostiene en ciertos códigos de clase. La literatura sólo existe como bien simbólico (aparte de económico) para quien posee los medios de apropiársela, de descifrarla. El “gusto literario” del que habla Bianco no es gratuito: se paga por él y el interés de la literatura es un interés de clase.
Cuando Arlt confiesa que escribe mal, lo que hace es decir que escribe desde donde leyó o, mejor, desde donde pudo leer.