viernes, abril 07, 2006

30

La dimensión de la Argentina de los ´70 siempre me pareció enigmática y, aunque no la estudié en profundidad, irresistible. Por eso cuando hace años me enteré de que Videla vivía en Cabildo al 600 el mundo se transformó en algo levemente más misterioso. Me invadió la sensación y la sospecha de que la historia distaba mucho de ser una cuestión de cronologías, y en cambio pasaba a ser una punta más en la inestable experiencia de lo real. Yo vivía muy cerca, a diez cuadras, de la casa del ex-dictador, y conocía la zona. ¿Cómo concebir que la misma persona que aparece en las fotos con cara seria, uniforme y un halo de catarata de muerte, aún respiraba? O sea que el pasado y yo no estábamos tan lejos.
Hay presencias que son imposibles de concebir. Puede ser Bush bajo el sol marplatense, Mick Jagger en la cancha de River, Roberto Baggio cazando en la Provincia de Buenos Aires una semana después de jugar (y definir) la final de la Copa del Mundo. Videla en mi barrio rozaba esa configuración antinatural, bizarra, del mundo. Lo imaginaba, y lo imagino, asomándose a la avenida Cabildo (esa avenida que resume lo peor de la Argentina), y la imagen, con todo lo que supone, es muy intensa. ¿Qué pensará Videla viendo la Argentina actual? ¿Qué pensará del pasado y de su papel?
El ex-dictador fue escrachado el 18 de marzo por diez mil personas que no consideran que un genocida deba gozar del beneficio de la prisión domiciliaria. En un momento del acto se pronunciaron muchísimos nombres (¿cien?) de agrupaciones de izquierda perseguidas y/o disueltas por la dictadura: debe ser imposible para quien no lo vivió comprender la magnitud de la actividad revolucionaria en estas mismas calles treinta años atrás, pero la extensa lista de nombres-consigna causaba impresión. La misma impresión que genera la voz que cierra la versión cinematográfica de Operación Masacre: “…que en el silencio y el anonimato va forjando su organización independiente de traidores y burócratas, la larga guerra del pueblo, el largo camino, la larga marcha, hacia la Patria Socialista”. ¿Cuál es la historia de este país? ¿Cuál es su verdad? ¿Cuáles son los límites y los aciertos de la dilatada militancia argentina? ¿Cuáles son sus zonas homogéneas y cuáles sus discontinuidades? ¿Cuál es su conciencia y cuál su mala conciencia? Imaginar a Jorge Rafael Videla en aquel quinto piso de persianas cerradas, a metros de los redoblantes y las gargantas sedientas, dispara ese relato perdido.

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En la vigilia que se organizó la noche del 23 de marzo, la madrugada del 24, hubo mucha gente: jóvenes, adultos, seguidores de La Renga (que no tocó). Cantó León Gieco, cantó Teresa Parodi y después cantó Vicentino. Después las Madres pasaron un documental de media hora que abarcó los principales motivos políticos de los últimos treinta y cuatro años, desde el ´72.
Hubo mucha gente en la plaza. Un tercio, dicen, cantaba por La Renga, y dos tercios aplaudían o chiflaban, según la imagen que estuviese siendo proyectada mientras se pasaba el documental. Y en el documental justamente hubo algo, un momento, que completó, o mejor dicho que terminó de completar, esa vigilia masiva a treinta años del golpe. Fue cuando, llegando al ´82, se mostró la Plaza llena de gente apoyando a Galtieri.
1982: la dictadura se había instalado en el poder seis años antes. De esos seis años, cuatro habían sido de una carnicería ilimitada y sangrienta. Las Madres se habían asociado en el ´77 y llevaban cinco años diciendo la más pura verdad. Pero todo eso no importaba, porque iba a haber una guerra y ellos, nosotros, merecíamos ganarla. Incluso vivando a Galtieri.
El extraño, dudoso sabor que tuvo toda la semana del 30º aniversario, con una propaganda oficial abarrotando las calles y los medios con la palabra memoria, se confirmó en esa instantánea pre-alfonsinista (los ´80 con su sol) en la que Galtieri hacía de Alfonsín. Una sociedad que había vivido el terror en una de sus formas más eficaces aparecía amnésica frente a la Casa Rosada para apoyar a sus verdugos ante otro acto de muerte, esta vez en unas islas perdidas. Esa imperdonable imbecilidad ha, creo, recorrido subterráneamente la Historia aflorando ante hechos clave y en situaciones de conflicto.
Esta última semana, al ver cómo La Nación y Clarín adoptaban una posición crítica contra la dictadura, dando por hecho que poseen alguna autoridad para sostenerla, empecé a preguntarme cuál es hoy el sentido de estas fechas que vienen de la Historia a ocupar un lugar en el presente. ¿Significan algo esas miles de personas que fueron a la Plaza la noche del 23? ¿Es bueno o es malo que medios de comunicación de notable y planificada barbarie ignorante se hagan parte de esta “lucha”? No me gusta la palabra memoria, porque puede ser una excusa. Sólo me gusta cuando se subordina a otra voz que ojalá fuese consigna y musa de este tiempo: conciencia. No olvidemos que quien escribió «Confesiones de invierno» después se hizo amigo del señor de los indultos.

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Hace treinta años, en estas calles se escuchaba Almendra. Quizás ahora también se escucha, pero hace treinta años estas calles eran Almendra. Hoy, a treinta años del golpe, yendo a la marcha es posible distinguir entre aliados en algo e indiferentes. Está nublado. Lo gris son los ´70, los colores son actuales. (No estamos tan lejos). (Un hombre lee un misterioso artículo: “Nazis contra Almendra”).
La marcha es el epítome de la “Buenos Aires cultural”. Muchas formas snobs vueltas populares entre la murga, el baile y el teatro. Me encuentro a mi amigo más setentas y me sorprenden unas lesbianas en tetas que, por fin, piensan en el futuro. La Chilinga (muchos tamboreros y muchas bailarinas, digamos treinta y sesenta) avanza por Avenida de Mayo y el espectáculo es realmente bueno, sólido y sugerente. Muchas mujeres sudando, seduciendo, alternativamente muertas y princesas de Oriente y Orgasmo. Y la Plaza.
En la radio de la UBA (90.5) una Abuela modifica la insostenible lingüística política antaño oficial diciendo: “los indultos son un error porque indultar es perdonar, y yo no escuché a ningún militar pidiendo perdón; y tampoco entiendo que me hablen de reconciliación, porque yo no me peleé con nadie”.
En el escenario se habla del FMI, de explotación, de inflación. Y uno piensa en Alfonsín, uno que no ha vivido con Alfonsín (uno que siempre fue a la Plaza de tarde-noche y nunca de día) pero escuchaba y leyó, y se pregunta cómo pueden ser los mismos temas otra vez. ¿Entonces no es algo económico? ¿Entonces es un modelo de país, una realidad sub-económica que se manifiesta cuando puede?
La marcha es un espacio abierto. Algunos genios hicieron un stencil que reza: “Feriado, me hago una escapada a Las Heras”. Vuelvo a casa a la noche por Corrientes y, leyenda, toca Pajarito Zaguri.