viernes, enero 06, 2006

Lejos en Tel Aviv

Supongamos que el viaje no empezó el día antes de salir, despidiendo a mi vieja y escuchando un disco muy querido, bicicleta mediante, por el corredor Palermo-Belgrano.
Entonces empezó al subir al avión y escuchar el acento de las azafatas de Iberia. Ese momento clave en el que un continente se hace presente. Los pibes de BRIA (la organización que me mandó) estuvieron medio descontrolados, y las azafatas malhumoradas con razón, pero aún así yo estuve con la mejor onda hacia ellas, pues las quise.
Luego caímos, como quien no quiere, en Madrid. Eran las cuatro y media de la mañana, y la metafísica era evidente. Para mí España es algo que está más allá, y de repente leer "Barajas"... Bajamos del avión y teníamos dos horitas. Decidí decidir que Eva tenía el mismo celular que hace tres años y que prefería la sorpresa a seguir durmiendo. Conseguí un euro y medio y llamé. Sonó un rato largo y corté con culpa. Volví a llamar y, después de otro rato, "hola??". Fue muy lindo.
En plena euforia vislumbré una guitarra: en la madrugada del 27 de diciembre fueron tocadas en Madrid "La Verónica", "Las oportunidades" y "El cantante" (esta última, inolvidable, con la ayuda de dos vándalos de otro grupo, que se sabían todos los recovecos de la canción). Al rato, ya sin entender nada, me acerqué a un kiosquito en el que vendían libros. Empecé a tocar los de Anagrama con una sensación de inexorable felicidad. También estaba la amiga Tusquets, los De Bolsillo, y algunos otros... Había una biografía de Joyce, de Richard Ellmann, Compacto de Anagrama de un grosor descomunal, a seis euros con cincuenta.
Después de sentarme en la ventanilla del segundo avión, me enteré de que había otra escala en Barcelona. Empecé, obviamente, a preparar el repertorio (walkman) que me acompañaría en el singularísimo momento de sobrevolar aquella ciudad. Cuando el momento llegó, atravesamos las nubes, vi el mar, vi la costa, vi todo donde debía estar, pero tardé un poco en darme cuenta de que Barcelona ya había pasado y estábamos bajando en El Prat. De todas formas, pisé y en otro acto de fe llamé a un viejo amigo a un teléfono posiblemente anacrónico. Atendió. Para mí era como volver, llamar, y que todo siga igual, la gente atendiendo los teléfonos... Muy parecido a otra recorrida que alguna vez hicimos con Maayan, exactamente opuesta. Debo admitir que en esas horitas de pseudolocura escuché "Carabelas de la nada".
Luego vino el, en sentido estricto, y esto en sentido literal, viaje-BRIA. En Tel Aviv me gustó la abundante luz de la ciudad en la noche. En Jerusalém pensé en la versión de "Virgen de riña" que ejecutaron Ica y Satur la última noche allá. También vi minaretes flasheros. Me enteré de que en Janucá las velas tienen que ser visibles a los otros, para compartir la luz. Un yanqui me quiso poner los tefilim en el Muro de los Lamentos, y me habló con un acento y una tranquilidad que hacía viajar. Entre la gente de BRIA se dijeron plegarias para los muertos y los enfermos, y la gente levantaba la mano y decía nombres. Miré una chica y luego vi que le colgaba un fusil. Escuché argentinas que hablaban de la ortodoxia religiosa con el horizonte de la drogadicción. Un vándalo habló en un museo de "socialismo darwinista". Estuvimos también en el Mediterráneo (como diría Jorge: reflejaba luz romana, que refleja luz griega) y mirando la pradera siria.
El grupo estuvo bueno, pero no es lo mío. Conocí gente copada, con la que me veré alguna vez en Buenos Aires, pero no me integré a la vórágine de las fiestas, las bebidas, etc. De todas formas, hubo buena onda, marco y contención. Se pareció mucho a un sueño, no por la idea romántica de la palabra, sino por cómo se impuso como realidad total y duradera.
Israel es una masa y es simple. La alianza entre los viejos judíos ricos y los jovenes judíos fluye como el agua de un río. Ellos quieren que el país se fortalezca, que el pueblo judío construya su vida acá, y nosotros vemos con mucho interés un lugar que ofrece una mezcla muy copada de oriente y occidente y, como si fuera poco, de primer mundo.
Yo podría vivir un tiempo en Israel en base a un equívoco fundante: (en realidad no es un equívoco, sino una lectura subjetiva que quizás no es la general) me interesa mucho algo que escapa a la propuesta (error evidente, ya que la propuesta es Israel en su conjunto). Un Estado judío utópico y cerrado no suena tan bien, pero este Israel es el paroxismo de la cultura híbrida. La tierra guarda otro recuerdo (como Mataderos y el campo) y el capitalismo, además de un sistema, es un cartón pintado, una puesta en escena de las posibilidades del exotismo.
El viaje iba terminando, y lo llamé a Doron. "Shalom?".
Y aquí estoy ahora, en la casa de Doron, en Kerem Hatemanim, Tel Aviv. El barrio, que se traduciría "viñedos de los yemenitas", es de un rigor borgeano estricto. Doron me hizo sentir el tiempo y tiene la buena onda se siempre. También estoy mucho con la germana Sime, la ex de Doron.
(Cada uno aprendió la lengua del otro).
Estoy más contento desde que llegué acá, esta tarde. Mucho más relajado, mucho más acompañado, mucho más personal todo. Las caminatas prometen ser reveladoras.

Laila tov, piensa en ustedes,

ale


Posdata para los shómricos: estaba charlando con una soldado (lo único para hacer acá es chamuyar soldados) y me dice que vive en una "community". Le pregunto "kibbutz?" y me dice que no. De repente siento las noches de Perón y Bulnes y me le animo: "moshab?" y de nuevo me dice que no. Entonces decido arriesgar mi vida y le digo "kehila?". Y sí, Nova vive en una kehilá.