viernes, noviembre 11, 2005

2004

Este tejido de situaciones y horizontes, escrito hace un año, nunca hubiese visto la luz de no haber sido por la voluntad, ya un poco lejana, de uno de los que aquí lo protoagonizan.

Con Ica y Mauro teníamos una misión, claramente. Una misión por demás sutil, aunque no por eso implícita. Un camino a vivir que se componía, en el presente y en el futuro, de muchas tardes y muchas noches juntos, en la construcción de un algo que no se sabía muy bien qué era. Podía ser una chantada, una trampa, una felicidad lejana. El caso es que estábamos ahí, hablando siempre de música y de chicas, esperando una especie de revelación. No por eso, por esperar, lo nuestro era pasivo. Ica hablaba de la Creación: que haya algo que antes no había. Donde no había nada. Esos y otros conceptos igual de importantes nos guiaban en el patio de la Facultad (edificio vetusto que mucha gente abandona porque cumplió un ciclo, nunca se sabe si ellos o el edificio) o en nuestras casas. Para colmo yo me había mudado y gracias a un querido tío podía respirar la existencia en un pequeño departamento paquetón de la calle Paraguay, y ellos vivían a distancias caminables. En fin, los llamados arreciaban, de hecho creo que llegó octubre y desde el ventanal en el trabajo yo veía que el día estaba más o menos lindo, y ya tenía algunos mensajes avisando que a las cinco había encuentro en “La Virgen”, punto disputado (¿quién lo había inventado?) en la Plaza Campaña del Desierto. En la plaza hay muy poca policía y al no haber edificios alrededor permite una contemplación desmesurada del cielo. Los días de semana, hay una especie de fuente vacía con asientos alrededor, se ven grupitos de a dos o de a tres tomando cerveza o fumando caño. Quizás eso, sentíamos que era nuestra oportunidad de bohemia, aunque no quiero ser injusto: yo soy mayor que ellos. Dos años más, casi todo en Europa, que alimentaban mi silencio contemplativo de cielos. Hablar es cada vez más difícil, y mirar el sol y el cielo, cada vez más íntimo. Eso dice Jorge Luis Borges, escritor absoluto que maravilla a cualquiera que esté en el momento de su vida en el que leer es bueno (y nosotros estábamos en ese momento). Otro escritor, Aira (después de un examen que terminó un sábado a las tres de la tarde Ica nos trajo a Mauro y a mí la famosa entrevista) tiene un pequeño fragmento: una terraza a la noche, hombre y mujer. Se ven intercalados edificios altos y bajos, y en el claro que dejan los bajos se ven alternando otros altos y bajos, y así sucesivamente. En fin, Aira, eso es lo bueno, ahora las terrazas son Aira y su lógica del sucesivamente, así como caminar por Villa Crespo es Arlt y por Paternal es Borges en El hombre en el umbral. Ica ya había hablado del adelanto de esa entrevista una semana antes, en el diario ya había salido una frase rompeportones que luego dio título a la nota. Y cuando después del examen llegó y despertamos a Mauro que estaba tirado (como yo me había mudado solo la imagen era bastante pinkfloydeana, de hecho sonaba Shine On You Crazy Diamond) en mi cama, sacó la revista y abrió en la fucking página central, viviendo lo que había sido sólo futuro, y ahí estaba, gigante, la foto de Aira mirando para abajo, sonriendo con sorna, puteando a varios. Con Mauro nos quedamos duros, leyendo. Ica, que estudia Artes y no Letras, observó: “se parecen a Calamaro cuando cuenta cómo miraba las guitarras”. Tal cual. Eso es la amistad. Una observación así. Fue tan lindo. Después de años de estudiar cualquier cosa y dormir en cualquier lado, que alguien te ubique en algo, que alguien te adjudique una pasión… Empezamos a leer mientras Ica, que se había puesto de novio con Leti y estaba más feliz y más iluminado que siempre, cortaba cebollas. A mi querido Piglia, quien editó un maravilloso libro de teoría literaria para leer en el baño por lo menos dos veces por día, lo mata. Muy sutil, el desconocido César transforma en insultos palabras como ´profesor´ o ´intelectual´. En fin, concluye. Esa tarde había festejo porque se había terminado la época de exámenes, nos tiramos en mi alfombra y a los temas fijos (mujeres, música) se le sumó el del meta-x: meta-pensar, meta-vivir. Pensar que se vive en vez de vivir. Hablar, meta-pensar, vivir. En mí, algo así como enmarcar lo vivido, la experiencia, en un mapa diseñado para justificar toda falencia, toda infelicidad. Recurrir al pasado, a la trama, a los lugares en los que no se está. Meta. Hablar con amigos de la amistad, pensar lo que se vive. Y mientras el año pasaba, el fantasma de esa chica hermosa que me había dejado (cuando en realidad yo era un infeliz y no soportaba estar con ella) se diluía en amistades y algún parque y noches en las que otras chicas desconocidas o lejanas pasaban a ocupar un lugar caliente entre mi colchón y mis sábanas (que luego mi madre lavaba con amor). Entonces empezaron a aparecer, de a poco, figuras nuevas: la que había temblado todo el tiempo al margen de los vaivenes de la situación, la amiga de amigos, la petisita rubia lesbiana o bi.
Todo esto se desarrollaba tanto en la realidad como en la fantasía de las charlas, las preguntas, los comentarios derramados entre tantas tardes de medialunas y café con leche en el bar “El Puente”, uno de los más caros y más agradables de la zona de Puán. Mauro y yo, desaforados, íbamos y volvíamos sobre nuestros encuentros más o menos tambaleantes. Él se había enganchado con una chica que conoció en mi cumpleaños, Lola. La fiesta había sido un derroche de gritos, canciones, cervezas, humo de cigarrillos, y al final los músicos merecían. En fin, el movimiento se veía claro para quienes nos quedábamos, pues íbamos quedando cuatro y la noche avanzaba. Ica se fue a hablar con Leti que descontroladamente se había refugiado en mi pequeñísimo balcón con Fara, y al rato volvió porque en realidad no tenía ganas de irse. Parece que Leti esa noche decidió, o tuvo que decidir. Volvió Ica pero la suerte estaba echada, a los veinte minutos bajé a abrirles a los pocos que quedaban mientras Mau empezaba a enfiestársela a Lola y Lili se quedaba ahí, esperando su micro a Córdoba que salía a las siete de la mañana. El ascensor de vuelta fue la hostia. Me iba a encontrar con Mau y Lola en quién sabe qué movida, mi departamento absolutamente descontrolado y con el aire sucio de toda la gente que había pasado desde medianoche, y Lili. En la cocina, lavando platos. Se apagó la luz, en fin, pasamos al baño y fue un lindo polvo, mientras Mau hacía lo propio en el lugar apropiado. Al cabo de unos días entendí el significado de haber cogido él en mi cama y yo en el baño. Esa distribución de los coitos duplicaba la apuesta del descontrol que de la situación se desprendía. No era sólo coger, y no era sólo dos socios cogiéndose a dos amigas a pocos metros de distancia. Era además que ya no había propiedad, no había nada salvo la inquietud del ser, la intriga de que fuesen las seis de la mañana y estuviésemos ahí, con los fantasmas de todos los que habían pasado y ahora estarían durmiendo o en otras fiestas, dándole forma (y la forma soñada) a nuestra juventud. Después Lili se iba a Córdoba, y yo pensaba dormir, así que ya eran varias las razones que además dejarían tranquilos a Mau y Lola si nosotros nos bañábamos. Fue una ducha del rock, ducha con una conocida y sexo desarrollándose paralelamente en el living. Salimos en toalla, como no podía ser de otra manera. “Oh yeah, esto es una porno”, pensó Mauro, quien no estaba seguro de lo que pasaba o había pasado en el pequeño espacio entre el inodoro, la bañadera, etc. Salimos en toalla y ellos se estaban vistiendo. Los cuatro, escuchando Beck, nos fumamos un porro, una cosa loca, el primer porro de la noche, con la luz gris y triste, a pesar de todo. Salimos a la calle, era de día, caminamos hasta Santa Fe y las chicas se fueron en tacho. Yo acompañé a Mau la mitad del camino a su casa, y después volví y decidí no ir al teórico de los sábados.