jueves, octubre 20, 2005

La babasónica noche de Aira

En La literatura y los nuevos lenguajes, Juan José Saer escribe y cierra una incógnita que venía trabajando hacía tiempo y fuertemente en mis reflexiones sobre la relación entre la experiencia del arte y la posterior experiencia del mundo. La frase es: “(…) la literatura [el arte] pretende encontrar un fragmento de lo imaginario tan nítidamente rescatado y brillando con luz tan propia, que induzca a lo real a parecérsele”. Después, y estimulado por tamaña claridad, revisé las expresiones artificiales que últimamente me habían impactado y rápidamente ubiqué una única en su tipo por provenir del espacio de la publicidad.

Alrededor de abril o julio de 2004, Babasónicos hizo unas fechas en Obras al aire libre. La imagen de los afiches era una noche sutilmente estrellada y las orejas, supongo, del caballo de Infame (disco que, vale la pena la digresión, cifra una fórmula maestra: “Vamos a fumar un porro ahí”, subrayado mío). Ya de entrada me cautivó, en los carteles, la aventura de la elipsis: sólo las orejas. Pero lo que terminó de someterme, lo que le dio al afiche el exclusivo estatuto de emoción estética, reservado a las más finas interpretaciones del mundo (Starosta, Cacería, Sólo un poquito no más) fue el trazo asignado a la noche. Era una oscuridad que se iba empolutando a medida que bajaba. Mientras la parte superior del afiche era azul oscuro, la parte inferior era violeta. No sé qué significará esto para el lector, pero en mi caso esta imagen vino a establecer un “sutil contacto de almas”, eso que otros hábilmente llaman cultura. El conocimiento que supone esa imagen es suficiente para reconocer en alguien más una cosmovisión (literalmente) que recorre el pasado y la ciudad, es decir el tiempo y el espacio de una vida.

En una fiesta en Venezuela 1116, una mujer de veintiséis años escuchaba este frágil razonamiento a raíz de una confesión: “escribo en una revista de publicidad”. Su rápida conclusión fue: “es un logro del marketing; es mucha plata la que se mueve y no pueden equivocarse en una pauta”. O sea que según ella no había habido ningún abandono “artístico” por parte de nadie. A lo que yo me escandalicé sobriamente, porque ¿qué estudio de marketing me iba a sacar a mí esa información? ¿En qué encuesta había lugar para esas postulaciones? En ninguna, pensé, claramente, y en ese caso el logro estético/marketinero tenía un alto nivel de abandono, de mirada personal, de equivalencias abstractas, lo cual lo hacía no mecánico y no exclusivamente técnico… Por lo que recuerdo, no la convencí.

Un conocimiento próximo al de la noche centelleante (que, sigo juzgando, provino de algún alma hermana y no de un vago estudio de mercado) es el de este fragmento de Yo era una chica moderna de Aira: “Me llevó a la terraza a conocerla (…) Todo el espacio alrededor alternaba entre edificios altos y bajos, y en el claro que dejaban los bajos se veía más lejos alternar otros altos y bajos, y así sucesivamente”. Y también: “Algunas ventanas estaban iluminadas, algunas se apagaban cuando las mirábamos”.