Apéndice a «Dargeliando»
Estaba yo preparándome para salir un sábado (por ejemplo, el último) y, como buen chico argentino domesticado, estaba escuchando Babasónicos, más precisamente Anoche.
Se sabe que la segunda canción del disco está enganchada con la tercera, y la tercera lo está con la cuarta. Se sabe que esa continuidad es, entre la segunda y la tercera («Carismático» y «Yegua»), también una repetición. Y se sabe que esa repetición es, o puede ser, una crítica y una denuncia extrema de la lógica repetitiva de la industria cultural.
Quisiera ahora plantear una lectura paranoica (y, si se quiere, hipercrítica) de estas cuestiones. Quisiera leer en las letras de las canciones una explicitación de la pertinencia de la interpretación expuesta en el párrafo anterior y desarrollada en «Dargeliando».
En «Carismático» lo que tenemos es una narración inexplicable, bizarra, en la que dos payasos llevan un balde con papel picado y que el narrador interrumpe para decir “tengo que aprender a fingir más”. ¿Quién tiene que aprender a fingir más, a pilotear lo que piensa? Cuando el que habla trata de acercarse a una puerta, escucha un enjambre de moscas que silban y zumban su nombre. “Debemos irnos y no sé por dónde”. ¿Puede ser que el que hable sea el artista babasónico, comentando cifradamente su situación? Pilotear lo que se piensa, puertas que no se abren, escapes y el mandato: “vas a fingir, vas a fingir”.
Empieza «Yegua». Esta canción tiene, como «Mareo», de Infame, una marcadísima y creo que aún no señalada impronta tanguera. Puede escuchársela como el «Mano a mano» del siglo XXI. Es la reescritura de ese tango y la continuación de «Carismático». El estribillo dice, básicamente, “algunas noches soy fácil, no acato límites”. ¿Cuál es esa facilidad? ¿La sexual? En realidad, habría que pensar que ese predicado verbal compuesto tiene algo de contradictorio. Lo fácil es justamente lo que acata límites. Llegan las estrofas últimas y lo que se escucha es:
Hoy quizás la sutileza me guarde un rescate
Me fui avivando en otro par de escapes
Me vine sabio en boicotear
¿Qué tienen que ver estas líneas con la yegua del título? Quizás nada. Podemos pensar, entonces, en la relación que tienen con la canción misma, o en el autor, porque suponemos que a algo se están refiriendo. Pero ¿a qué situación se están refiriendo?
Con el tiempo fui aprendiendo a ser robot
Era programable en cuestiones del amor
Y en la misma fantasía me fundía y me reía de los dos
Si es cierto que la seguidilla de canciones intercambiables viene a demostrar el vacío del sistema en el sistema mismo, estas líneas pueden ser leídas como un manifiesto. La sutileza es la habilidad en la empresa del boicot. El boicot es sabiduría justamente porque es lo que permite rescatarse de un centro de escena, FM Hit, vacío. Y la propia presencia en ese centro es posible porque se ha aprendido a ser robot, a repetirse, a obedecer y a ser programado (sobre todo cuando se habla de amor). Pero en la programación no estaba contemplada la sutileza, el rescate, el boicot.
Para estar ahí, de todas maneras, no basta con ser sutil. Es sustancial, además, la fantasía de no tomarse nada muy en serio. Fundirse, ser dos, y reírse de los dos (el que se es y el que está ahí, en la consola de los programadores). Entonces el centro de escena vacío, la máquina de programar, se vuelve útil. Se gana algo más que el simple boicot.
Pero hay que caretearla un poco: “perdido estoy, perdido estoy, todos saben quién soy”. Un saludo a los programadores y “como yegua se reía de los dos”. La banda, la yegua, la putita, confunde en los pronombres la operación. Se/me. La misma fantasía. Ya lo dijo Asterión: “A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos”.
Llega la tercera canción enganchada, «Un flash», y se escucha
Una red en común conspiraba en la oscuridad
sigilosa señal, la que nadie debía notar
Cuando al rato salí de casa rumbo a la fiesta de entonces me llevé para el walkman un casete que de un lado tiene Infame y del otro la grabación del Megacústico que hicieron en El Teatro y que yo escuché en directo, en mi equipo estéreo, el 28 de abril de 2006 por la radio del puro rock nacional.
No hay cosa más diabólica que las estampillas sonoras de las radios para con su material exclusivo: “Babasónicos es Mega”, etcétera.
El papá de una amiga dice que Babasónicos es música para colectiveros. Sería difícil acertar con una definición más elegante. La cuestión es que, mientras viajaba en un 111 hacia el centro secreto de Buenos Aires, escuchando el Megacústico se acentuaron los términos de esta lectura.
En ese recital en vivo Babasónicos toca los tres temas enganchados. Lo singular es que, de una manera quizás espontánea y azarosa (aunque no para nuestro hilo crítico), Dárgelos “avisa”:
Presten atención a lo que viene que... por un tiempo no lo van a... volver a ver... a escuchar así. La trilogía, toda enganchada, no la...
El locutor, podría decirse el animador de la fiesta, el programador, casi con seguridad el chabón copado de la Mega, Pablo Bricker, dice “Qué pena que no te escuché, Dárgelos. Pero este es un momento Mega igual”. Sucede que mientras Dárgelos le hablaba al público nuestro locutor decía, casi tapando al artista, “Bueno, la gente, los oyentes que se acercan a saludar, que están disfrutando este Megacústico”.
¿Conocerá el lector el cuento «Esa mujer», de Rodolfo Walsh?
Ricardo Piglia ha visto en la tríada intelectual-militar-cadáver una, digamos, alegoría, cuyos verdaderos términos son los escritores, el Estado y las clases populares. Entonces los escritores/intelectuales serían quienes deben, atravesando las fuerzas y la oposición del Estado, descubrir el secreto del pueblo.
Apliquemos el razonamiento al momento en que Adrián Dárgelos habla y Pablo Bricker no lo escucha, o habla al mismo tiempo pero no llega a taparlo. Las fuerzas, en este caso, serían las de un proyecto artístico (“me vine sabio en boicotear”), las de las barreras mediáticas (“los oyentes que están disfrutando este Megacústico”) y las del público, repartido entre el lugar del recital, las calles y los miles de hogares que están captando la señal. El público que, a la inversa de la lectura de Piglia, no posee el secreto pero sí posee los instrumentos para descubrirlo. Es que en la clase media todo es distinto.
Los Babasónicos lo hacen: tocan las tres canciones enganchadas, las que, según lo dicho, podrían estar reflexionando intensamente sobre las relaciones estructurales en las que el material musical circula y se reproduce. Pero lo hacen advirtiendo que tocar la trilogía enganchada debe ser visto como algo excepcional. ¿Qué es lo que justifica la excepción? ¿Por qué ahí sí pero después no? El lector ya lo habrá adivinado: la excepción es más pertinente que nunca. Antes de los bises, el locutor agarra el micrófono de El Teatro y dice:
Alto show, amigos... Este es el aplauso de todos ustedes para Babasónicos... Megacústico... Así me gusta. El primero de este ciclo 2006... No sé si se percataron del detalle final, los tres al hilo igual que en disco, un fuerte aplauso para ese detalle... ¿Eh?... «Carismático», «Yegua», «Un flash»...
La pertinencia de la excepción se sostiene en que no hay lugar más apropiado para tocar la trilogía enganchada que en uno de los antros más patéticos de la cultura masiva: el concierto de cuarenta minutos que la radio organiza para sus oyentes, mientras el locutor tapa al cantante. Se puede protestar ahí. Y más aún: sólo se puede protestar, excepcionalmente, verdaderamente, ahí.
Se sabe que la segunda canción del disco está enganchada con la tercera, y la tercera lo está con la cuarta. Se sabe que esa continuidad es, entre la segunda y la tercera («Carismático» y «Yegua»), también una repetición. Y se sabe que esa repetición es, o puede ser, una crítica y una denuncia extrema de la lógica repetitiva de la industria cultural.
Quisiera ahora plantear una lectura paranoica (y, si se quiere, hipercrítica) de estas cuestiones. Quisiera leer en las letras de las canciones una explicitación de la pertinencia de la interpretación expuesta en el párrafo anterior y desarrollada en «Dargeliando».
En «Carismático» lo que tenemos es una narración inexplicable, bizarra, en la que dos payasos llevan un balde con papel picado y que el narrador interrumpe para decir “tengo que aprender a fingir más”. ¿Quién tiene que aprender a fingir más, a pilotear lo que piensa? Cuando el que habla trata de acercarse a una puerta, escucha un enjambre de moscas que silban y zumban su nombre. “Debemos irnos y no sé por dónde”. ¿Puede ser que el que hable sea el artista babasónico, comentando cifradamente su situación? Pilotear lo que se piensa, puertas que no se abren, escapes y el mandato: “vas a fingir, vas a fingir”.
Empieza «Yegua». Esta canción tiene, como «Mareo», de Infame, una marcadísima y creo que aún no señalada impronta tanguera. Puede escuchársela como el «Mano a mano» del siglo XXI. Es la reescritura de ese tango y la continuación de «Carismático». El estribillo dice, básicamente, “algunas noches soy fácil, no acato límites”. ¿Cuál es esa facilidad? ¿La sexual? En realidad, habría que pensar que ese predicado verbal compuesto tiene algo de contradictorio. Lo fácil es justamente lo que acata límites. Llegan las estrofas últimas y lo que se escucha es:
Hoy quizás la sutileza me guarde un rescate
Me fui avivando en otro par de escapes
Me vine sabio en boicotear
¿Qué tienen que ver estas líneas con la yegua del título? Quizás nada. Podemos pensar, entonces, en la relación que tienen con la canción misma, o en el autor, porque suponemos que a algo se están refiriendo. Pero ¿a qué situación se están refiriendo?
Con el tiempo fui aprendiendo a ser robot
Era programable en cuestiones del amor
Y en la misma fantasía me fundía y me reía de los dos
Si es cierto que la seguidilla de canciones intercambiables viene a demostrar el vacío del sistema en el sistema mismo, estas líneas pueden ser leídas como un manifiesto. La sutileza es la habilidad en la empresa del boicot. El boicot es sabiduría justamente porque es lo que permite rescatarse de un centro de escena, FM Hit, vacío. Y la propia presencia en ese centro es posible porque se ha aprendido a ser robot, a repetirse, a obedecer y a ser programado (sobre todo cuando se habla de amor). Pero en la programación no estaba contemplada la sutileza, el rescate, el boicot.
Para estar ahí, de todas maneras, no basta con ser sutil. Es sustancial, además, la fantasía de no tomarse nada muy en serio. Fundirse, ser dos, y reírse de los dos (el que se es y el que está ahí, en la consola de los programadores). Entonces el centro de escena vacío, la máquina de programar, se vuelve útil. Se gana algo más que el simple boicot.
Pero hay que caretearla un poco: “perdido estoy, perdido estoy, todos saben quién soy”. Un saludo a los programadores y “como yegua se reía de los dos”. La banda, la yegua, la putita, confunde en los pronombres la operación. Se/me. La misma fantasía. Ya lo dijo Asterión: “A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos”.
Llega la tercera canción enganchada, «Un flash», y se escucha
Una red en común conspiraba en la oscuridad
sigilosa señal, la que nadie debía notar
Cuando al rato salí de casa rumbo a la fiesta de entonces me llevé para el walkman un casete que de un lado tiene Infame y del otro la grabación del Megacústico que hicieron en El Teatro y que yo escuché en directo, en mi equipo estéreo, el 28 de abril de 2006 por la radio del puro rock nacional.
No hay cosa más diabólica que las estampillas sonoras de las radios para con su material exclusivo: “Babasónicos es Mega”, etcétera.
El papá de una amiga dice que Babasónicos es música para colectiveros. Sería difícil acertar con una definición más elegante. La cuestión es que, mientras viajaba en un 111 hacia el centro secreto de Buenos Aires, escuchando el Megacústico se acentuaron los términos de esta lectura.
En ese recital en vivo Babasónicos toca los tres temas enganchados. Lo singular es que, de una manera quizás espontánea y azarosa (aunque no para nuestro hilo crítico), Dárgelos “avisa”:
Presten atención a lo que viene que... por un tiempo no lo van a... volver a ver... a escuchar así. La trilogía, toda enganchada, no la...
El locutor, podría decirse el animador de la fiesta, el programador, casi con seguridad el chabón copado de la Mega, Pablo Bricker, dice “Qué pena que no te escuché, Dárgelos. Pero este es un momento Mega igual”. Sucede que mientras Dárgelos le hablaba al público nuestro locutor decía, casi tapando al artista, “Bueno, la gente, los oyentes que se acercan a saludar, que están disfrutando este Megacústico”.
¿Conocerá el lector el cuento «Esa mujer», de Rodolfo Walsh?
Ricardo Piglia ha visto en la tríada intelectual-militar-cadáver una, digamos, alegoría, cuyos verdaderos términos son los escritores, el Estado y las clases populares. Entonces los escritores/intelectuales serían quienes deben, atravesando las fuerzas y la oposición del Estado, descubrir el secreto del pueblo.
Apliquemos el razonamiento al momento en que Adrián Dárgelos habla y Pablo Bricker no lo escucha, o habla al mismo tiempo pero no llega a taparlo. Las fuerzas, en este caso, serían las de un proyecto artístico (“me vine sabio en boicotear”), las de las barreras mediáticas (“los oyentes que están disfrutando este Megacústico”) y las del público, repartido entre el lugar del recital, las calles y los miles de hogares que están captando la señal. El público que, a la inversa de la lectura de Piglia, no posee el secreto pero sí posee los instrumentos para descubrirlo. Es que en la clase media todo es distinto.
Los Babasónicos lo hacen: tocan las tres canciones enganchadas, las que, según lo dicho, podrían estar reflexionando intensamente sobre las relaciones estructurales en las que el material musical circula y se reproduce. Pero lo hacen advirtiendo que tocar la trilogía enganchada debe ser visto como algo excepcional. ¿Qué es lo que justifica la excepción? ¿Por qué ahí sí pero después no? El lector ya lo habrá adivinado: la excepción es más pertinente que nunca. Antes de los bises, el locutor agarra el micrófono de El Teatro y dice:
Alto show, amigos... Este es el aplauso de todos ustedes para Babasónicos... Megacústico... Así me gusta. El primero de este ciclo 2006... No sé si se percataron del detalle final, los tres al hilo igual que en disco, un fuerte aplauso para ese detalle... ¿Eh?... «Carismático», «Yegua», «Un flash»...
La pertinencia de la excepción se sostiene en que no hay lugar más apropiado para tocar la trilogía enganchada que en uno de los antros más patéticos de la cultura masiva: el concierto de cuarenta minutos que la radio organiza para sus oyentes, mientras el locutor tapa al cantante. Se puede protestar ahí. Y más aún: sólo se puede protestar, excepcionalmente, verdaderamente, ahí.