Tropos
Hay un par de ejes en los que estructurar el crecimiento que se cree haber tenido. Voy a notar dos, Corrientes y El amor después del amor, uno sintagmático y otro paradigmático.
a) La avenida Corrientes, el avance sobre el centro. Hice la primaria y la secundaria a la altura de Serrano. Pero viernes y sábados, a partir de los quince años, los pasé en Almagro, sobre Perón, precisamente entre Bulnes y Mario Bravo. Mis primeros recuerdos de este período adolescente tienen la inevitable luz y claridad de lo improbable o lo irreal. El sesgo del crepúsculo. Mis compañeros y yo formábamos –éramos- un grupo, una kvutzá, y una tarde de sábado (muy al principio de todo esto) nos empezamos a encargar del color de las paredes de nuestro jeder. Fuimos a una pinturería sobre Corrientes: teníamos de madrij al Chino. Gadi no sabía que viviría en Canadá. Recuerdo poco a mis compañeros: éramos chicos comparados con los que llegamos a ser (los que somos).
Varios años pasaron, hasta que conocimos Paraná. Recuerdo una vitrina con equipos e instrumentos de música, y una sensación de estar lejos, y de saber que sólo un colectivo me conectaba con lo reconocible de mi vida en la ciudad. Esa esquina, la de Corrientes y Paraná, era oscura. Llegamos ahí para cenar por un cumpleaños (ya teníamos diecisiete años) y encontramos un lugar de pastas barato caminando dos cuadras para adentro. En la oscuridad repleta de cosas, la libertad era oscura y tensa.
Nos hicimos más o menos grandes. Empezaron las noches “locas”. Salíamos muchas veces los chicos solos, sin las chicas. Muchas veces tirábamos la noche en la patética búsqueda de porro. Muchas veces terminábamos en la Nueve de Julio. El odioso McDonald´s de las horas de la noche me servía de metáfora para una adolescencia en la que no tenía lo que quería, en la que no estaba donde quería estar. (O sino rodábamos por las estaciones de servicio, amparados por las heladeras y las veinticuatro horas de televisión).
Digamos que el avance sobre el centro se precipita con el paso siguiente, que es el del descubrimiento. Reconocerse como porteño y como destino, pasar a establecer algún tipo de relación (metafórica, o sinecdóquica) entre lo interior y lo exterior, la palabra propia y el discurso autónomo, la parcialidad y la alegoría, lo propio y lo vasto, lo conocido y lo desconocido. (Corrientes y Callao y yo).
La llegada al Bajo está signada por, o mejor, es una maduración. Súbitamente el pasado (los últimos treinta y cinco años) es visible, posible, imaginable, y la tarea, vaga y general, consiste en definir sus categorías de todo tipo y a partir de la fantasía adaptar lo por vivir a esos cánones de conciencia. Por ejemplo, ser bohemios, ¿no? Descubrir el norte, el sur, las calles especiales para uno, las tardes de deriva, cuando nada te importa en la ciudad…
b) Hay como una ética de lo neutro que valora más la palabra “diferente” que la palabra “mejor”. Esta última es menos popular y más escabrosa porque supone la idea de un juicio definido y personal. Creo que ese juicio es inevitable, y que, finalmente, la tibieza de la indefinición es fingida y cómoda, y forma parte de una realidad impersonal a la que nos dirigimos.
Voy a tratar de ir en otro sentido. Creo que El amor después del amor es un disco que fue cambiando, y que el cambio es ostensible. Quizás en la adolescencia quedábamos fascinados ante La rueda mágica y Brillante sobre el mic. Después venía un pelotón de canciones también buenas o muy buenas (Dos días en la vida, Tráfico por Katmandú, Pétalo de sal, Un vestido y un amor, Tumbas de la gloria, Creo, A rodar mi vida) y después, atrás, canciones que pasábamos (bien dijo Mauro Libertella que El amor… es el paradigma del CD, en oposición a otros medios de reproducción, principalmente el cassette) incluso con alguna burla, como La Verónica, Sasha, Detrás del muro de los lamentos, Donna Helena.
Se puede matizar: alguna vez intuí, con menos de catorce años, que en la relación de “no sé si es Baires / o Madrid” con el sol que se escapaba sutil había algo que rompía el orden y creaba una palabra indescifrable. Quizás no esté de acuerdo con mi elogio de la madurez.
Pero suponiendo que sí, dado que es la condición de seguir, buscábamos en las canciones otras cosas. Partiendo de esta evidencia, creo que lo significativo o singular está en el hecho de que el recorrido es identificable más allá de lo individual, y no sólo tiene sentido sino que es entendible y traducible.
Por un lado está la cuestión de qué llega a partir de la misma canción en distintas vidas. Por ejemplo, Pétalo de sal o La rueda mágica. Qué se entiende cuando ya hay algo que se dejó atrás y que se mira, cuando hay un tiempo digerido, cuando naturalmente se vive más y mejor. Creo que esto puede ser una diferencia íntima, porque el matiz que diferencia se expresa tibia y sutilmente (aunque el efecto sea general y contundente).
Por otro lado hay un fenómeno más bien material: qué partes del disco, que antes se salteaban, ahora son centrales. En mi caso, sin dudarlo, puedo decir que La Verónica se define por haberle dado al mundo una vuelta que no conocía. Definir esta óptica es imposible: la distorsión es la única manera de acceder al destello. Sé que están involucrados el mar, el amor, el sol, la cultura, pero no sé cómo. O sí: utópicamente, es decir, negados de su realidad inmediata.
Detrás del muro de los lamentos es otro de los descubrimientos tardíos. Alguna vez, a esto me refería antes, incluso me burlé simulando o exagerando un aburrimiento. La canción, sin embargo, propone un muy buen Páez, algo marítimo, con la cuota de luz y velas al viento. (Son varias las partes en las que el disco tiene un aire mediterráneo).
Sasha… es quizá el último descubrimiento de importancia, ahora que es posible escucharla sin la partícula de esnobismo que siempre la acompañó (masivo bautismo de mascotas). Esa guitarra… La canción está en ese confín orientalista de la obra de Páez en el que la mirada está, como dice la receta clásica, más allá de la aurora y el Ganges. (Pensar en Cacería, en esa reproducción salvaje de los barrios y la tarde).
Y llegó hasta el bar.
Cuando salió, me lo compré y también me lo regalaron.
a Ica, por el último gran disco.
a) La avenida Corrientes, el avance sobre el centro. Hice la primaria y la secundaria a la altura de Serrano. Pero viernes y sábados, a partir de los quince años, los pasé en Almagro, sobre Perón, precisamente entre Bulnes y Mario Bravo. Mis primeros recuerdos de este período adolescente tienen la inevitable luz y claridad de lo improbable o lo irreal. El sesgo del crepúsculo. Mis compañeros y yo formábamos –éramos- un grupo, una kvutzá, y una tarde de sábado (muy al principio de todo esto) nos empezamos a encargar del color de las paredes de nuestro jeder. Fuimos a una pinturería sobre Corrientes: teníamos de madrij al Chino. Gadi no sabía que viviría en Canadá. Recuerdo poco a mis compañeros: éramos chicos comparados con los que llegamos a ser (los que somos).
Varios años pasaron, hasta que conocimos Paraná. Recuerdo una vitrina con equipos e instrumentos de música, y una sensación de estar lejos, y de saber que sólo un colectivo me conectaba con lo reconocible de mi vida en la ciudad. Esa esquina, la de Corrientes y Paraná, era oscura. Llegamos ahí para cenar por un cumpleaños (ya teníamos diecisiete años) y encontramos un lugar de pastas barato caminando dos cuadras para adentro. En la oscuridad repleta de cosas, la libertad era oscura y tensa.
Nos hicimos más o menos grandes. Empezaron las noches “locas”. Salíamos muchas veces los chicos solos, sin las chicas. Muchas veces tirábamos la noche en la patética búsqueda de porro. Muchas veces terminábamos en la Nueve de Julio. El odioso McDonald´s de las horas de la noche me servía de metáfora para una adolescencia en la que no tenía lo que quería, en la que no estaba donde quería estar. (O sino rodábamos por las estaciones de servicio, amparados por las heladeras y las veinticuatro horas de televisión).
Digamos que el avance sobre el centro se precipita con el paso siguiente, que es el del descubrimiento. Reconocerse como porteño y como destino, pasar a establecer algún tipo de relación (metafórica, o sinecdóquica) entre lo interior y lo exterior, la palabra propia y el discurso autónomo, la parcialidad y la alegoría, lo propio y lo vasto, lo conocido y lo desconocido. (Corrientes y Callao y yo).
La llegada al Bajo está signada por, o mejor, es una maduración. Súbitamente el pasado (los últimos treinta y cinco años) es visible, posible, imaginable, y la tarea, vaga y general, consiste en definir sus categorías de todo tipo y a partir de la fantasía adaptar lo por vivir a esos cánones de conciencia. Por ejemplo, ser bohemios, ¿no? Descubrir el norte, el sur, las calles especiales para uno, las tardes de deriva, cuando nada te importa en la ciudad…
b) Hay como una ética de lo neutro que valora más la palabra “diferente” que la palabra “mejor”. Esta última es menos popular y más escabrosa porque supone la idea de un juicio definido y personal. Creo que ese juicio es inevitable, y que, finalmente, la tibieza de la indefinición es fingida y cómoda, y forma parte de una realidad impersonal a la que nos dirigimos.
Voy a tratar de ir en otro sentido. Creo que El amor después del amor es un disco que fue cambiando, y que el cambio es ostensible. Quizás en la adolescencia quedábamos fascinados ante La rueda mágica y Brillante sobre el mic. Después venía un pelotón de canciones también buenas o muy buenas (Dos días en la vida, Tráfico por Katmandú, Pétalo de sal, Un vestido y un amor, Tumbas de la gloria, Creo, A rodar mi vida) y después, atrás, canciones que pasábamos (bien dijo Mauro Libertella que El amor… es el paradigma del CD, en oposición a otros medios de reproducción, principalmente el cassette) incluso con alguna burla, como La Verónica, Sasha, Detrás del muro de los lamentos, Donna Helena.
Se puede matizar: alguna vez intuí, con menos de catorce años, que en la relación de “no sé si es Baires / o Madrid” con el sol que se escapaba sutil había algo que rompía el orden y creaba una palabra indescifrable. Quizás no esté de acuerdo con mi elogio de la madurez.
Pero suponiendo que sí, dado que es la condición de seguir, buscábamos en las canciones otras cosas. Partiendo de esta evidencia, creo que lo significativo o singular está en el hecho de que el recorrido es identificable más allá de lo individual, y no sólo tiene sentido sino que es entendible y traducible.
Por un lado está la cuestión de qué llega a partir de la misma canción en distintas vidas. Por ejemplo, Pétalo de sal o La rueda mágica. Qué se entiende cuando ya hay algo que se dejó atrás y que se mira, cuando hay un tiempo digerido, cuando naturalmente se vive más y mejor. Creo que esto puede ser una diferencia íntima, porque el matiz que diferencia se expresa tibia y sutilmente (aunque el efecto sea general y contundente).
Por otro lado hay un fenómeno más bien material: qué partes del disco, que antes se salteaban, ahora son centrales. En mi caso, sin dudarlo, puedo decir que La Verónica se define por haberle dado al mundo una vuelta que no conocía. Definir esta óptica es imposible: la distorsión es la única manera de acceder al destello. Sé que están involucrados el mar, el amor, el sol, la cultura, pero no sé cómo. O sí: utópicamente, es decir, negados de su realidad inmediata.
Detrás del muro de los lamentos es otro de los descubrimientos tardíos. Alguna vez, a esto me refería antes, incluso me burlé simulando o exagerando un aburrimiento. La canción, sin embargo, propone un muy buen Páez, algo marítimo, con la cuota de luz y velas al viento. (Son varias las partes en las que el disco tiene un aire mediterráneo).
Sasha… es quizá el último descubrimiento de importancia, ahora que es posible escucharla sin la partícula de esnobismo que siempre la acompañó (masivo bautismo de mascotas). Esa guitarra… La canción está en ese confín orientalista de la obra de Páez en el que la mirada está, como dice la receta clásica, más allá de la aurora y el Ganges. (Pensar en Cacería, en esa reproducción salvaje de los barrios y la tarde).
Y llegó hasta el bar.
Cuando salió, me lo compré y también me lo regalaron.
a Ica, por el último gran disco.