Bancate Tlön
En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Tlön es un lugar adentro de otro. Uqbar es un lugar dudoso en el que nunca nadie ha estado, que contiene, que inventó a Tlön. (En realidad Tlön fue creado por la Tierra, y Uqbar lo encubre y permite). No conocemos Uqbar pero sabemos que hay aún un lugar más remoto: Tlön, “un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica”[1]. No nos es dado saber Tlön (si bien reconocemos que es una de las dos regiones imaginarias a las que se refiere toda la literatura de Uqbar; literatura, por otra parte, fantástica, que no se ocupa jamás de la realidad), pero conocemos algunas de sus verdades: allí el sustantivo (que solo tiene un valor metafórico) se forma por acumulación de adjetivos; la cultura clásica consiste en la subordinación de todas las disciplinas a la psicológica; allí, se afirma que la operación de contar modifica las cantidades y las convierte de indefinidas en definidas; allí, tenemos también el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza.
Ariel Issaharoff me confió casualmente, en dos casas y en dos noches del Oeste, si se consiente el indiferente y discutible anarquismo adverbial, el final secreto de Bancate ese defecto[2]. Allí, un fade out similar a los cotidianos deja lugar, efímera, sorpresiva, casi inaudiblemente, a una irrupción misteriosa: la de una batería que renueva el ciclo de la canción. Este ciclo, que no repite lo anterior, que apenas logra respirar, que se trunca voluntariamente, es cierto. Es enunciado, y aquello que comienza es utópico: después de una canción que tiende más a completar el disco que a trascender parece haber otra cosa, una cosa que no conocemos pero que se nos hace saber, intrincadamente, que existe.
Esa batería, como ese Onceno Tomo, nos permite pasar de “una somera descripción de un falso país” (la simple canción, Uqbar) a “un fragmento de la historia total de un planeta desconocido”. Fragmento que es apenas existente, ya no vasto como A First Encyclopaedia of Tlön. Vol. XI. Hlaer to Jangr. La energía de algo que se intensifica cumple la función que cumplen los objetos de Tlön: la brújula en cuya esfera se reconocen ciertas letras de uno de los alfabetos del planeta; el cono de metal reluciente, pequeño y muy pesado, imagen de la divinidad en ciertas religiones tlönenses; el no inocente Tomo. Son evidencias de lo que no existe, de lo que se trama en un territorio esquivo.
El hecho de que esta muestra de que hay otra canción se sitúe sobre el final, en la lenta agonía del sonido de Uqbar, nos recuerda otro hecho: en el Onceno Tomo hay alusiones a tomos ulteriores y precedentes. Así había sido desechada la imprudencia de creer que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación. Se supo entonces que era un cosmos regido por leyes formuladas: lo que nos lleva directamente al problema, si lo buscamos, del misterioso tomo innumerado de 1984.
Debo a un teclado fácil en variaciones adjetivas (clásico, espectral, de láser, multicolor, de Iglesia varieté, pop, tanguero), principalmente, el descubrimiento de Bancate ese defecto. La batería final, en cambio, falseada y mutilada, es recuerdo de un proceso irrecuperable. Ciertos platillos que quizá prefiguran, en un mundo que no será éste, cierta canción que dependerá, como un anfiteatro a punto de perderse, del silencio del caballo o de los pájaros.
[1] Obras Completas, 1974, Buenos Aires, página 434
[2] Piano Bar, 1984, Buenos Aires
Ariel Issaharoff me confió casualmente, en dos casas y en dos noches del Oeste, si se consiente el indiferente y discutible anarquismo adverbial, el final secreto de Bancate ese defecto[2]. Allí, un fade out similar a los cotidianos deja lugar, efímera, sorpresiva, casi inaudiblemente, a una irrupción misteriosa: la de una batería que renueva el ciclo de la canción. Este ciclo, que no repite lo anterior, que apenas logra respirar, que se trunca voluntariamente, es cierto. Es enunciado, y aquello que comienza es utópico: después de una canción que tiende más a completar el disco que a trascender parece haber otra cosa, una cosa que no conocemos pero que se nos hace saber, intrincadamente, que existe.
Esa batería, como ese Onceno Tomo, nos permite pasar de “una somera descripción de un falso país” (la simple canción, Uqbar) a “un fragmento de la historia total de un planeta desconocido”. Fragmento que es apenas existente, ya no vasto como A First Encyclopaedia of Tlön. Vol. XI. Hlaer to Jangr. La energía de algo que se intensifica cumple la función que cumplen los objetos de Tlön: la brújula en cuya esfera se reconocen ciertas letras de uno de los alfabetos del planeta; el cono de metal reluciente, pequeño y muy pesado, imagen de la divinidad en ciertas religiones tlönenses; el no inocente Tomo. Son evidencias de lo que no existe, de lo que se trama en un territorio esquivo.
El hecho de que esta muestra de que hay otra canción se sitúe sobre el final, en la lenta agonía del sonido de Uqbar, nos recuerda otro hecho: en el Onceno Tomo hay alusiones a tomos ulteriores y precedentes. Así había sido desechada la imprudencia de creer que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación. Se supo entonces que era un cosmos regido por leyes formuladas: lo que nos lleva directamente al problema, si lo buscamos, del misterioso tomo innumerado de 1984.
Debo a un teclado fácil en variaciones adjetivas (clásico, espectral, de láser, multicolor, de Iglesia varieté, pop, tanguero), principalmente, el descubrimiento de Bancate ese defecto. La batería final, en cambio, falseada y mutilada, es recuerdo de un proceso irrecuperable. Ciertos platillos que quizá prefiguran, en un mundo que no será éste, cierta canción que dependerá, como un anfiteatro a punto de perderse, del silencio del caballo o de los pájaros.
[1] Obras Completas, 1974, Buenos Aires, página 434
[2] Piano Bar, 1984, Buenos Aires